Hay una batalla en ciernes en los cielos del planeta: quién va a transportar a los actores de una economía globalizada que lleva a las empresas a expandirse a lo largo y ancho de zonas horarias y continentes. Mientras las grandes aerolíneas se lanzan a una acelerada competición por ofrecer nuevos y mejores —y costosos— servicios a sus pasajeros de negocios, la aviación ejecutiva (o privada) toma impulso para lanzarse de nuevo a la conquista de la tierra prometida: el convencer a las empresas con ansias de internacionalización que usar un avión privado no es un lujo asiático, sino una decisión económicamente razonable que permite un uso más eficiente del tiempo.
La patronal estadounidense del sector, la Asociación Nacional de la Aviación de Negocios (NBAA, en sus siglas en inglés) justifica esa afirmación con un informe, publicado en 2010, que investigó a 384 empresas del índice S&P Small Cap 600, que reúne a sociedades de entre 400 y 1.800 millones de dólares de capitalización bursátil. El estudio afirma que las empresas del índice que recurrían a la aviación ejecutiva tenían un 22% más de ingresos y eran un 40% más rentables que las que no la usaban.
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